Thursday, September 17, 2009

El miedo

El miedo es saludable en dosis moderadas.
Es una ayuda para la autopreservación.
Es ingrediente de la prudencia.
El hombre cauteloso, aunque héroe improbable,
puede alcanzar mayor longevidad.
El miedo es disuasivo de la mala conducta.
Propicia la humildad, doma la arrogancia.
Refrena la disposición tiránica.
Es piedra angular de las religiones.
Dice la Biblia: “El principio de la
sabiduría es el temor de Jehová.” (Pr. 1:7)
Por lo tanto, el miedo no es siempre negativo,
aunque en su negatividad posee
una enorme capacidad para el mal.

El miedo es una emoción creada por la mente.
Es un vacío, un subproducto de nuestra
separación voluntaria de Dios y del resto
del mundo. Es una desunión del centro
de nuestro ser y esa dislocación crea
su propia disposición para la malevolencia.
Esto hace del miedo un suelo fértil para la desdicha.
El ser humano temeroso es un esclavo.
Son muchos sus errores y fracasos.
La vida lo rechaza porque el miedo es muerte
y, por lo tanto, antítesis de la vida.
El temeroso adora la deidad equivocada.
Es siempre castigado por la vida misma,
diosa celosa que exige lealtad a toda prueba.




(El miedo, p 2)










Aunque el que teme vive físicamente,
espiritualmente está exánime.
Esta condición metafísica
provoca traiciones inimaginables.
Juntos, el miedo y el mal son amenazantes.
El miedo disuelve nuestra autoestima.
Paraliza nuestra capacidad racional.
Envenena nuestra mente.
Deforma nuestra personalidad.
Deshumaniza nuestra percepción de lo real.
Es foco de injusticias e infamias.
¿Cómo curarse de este virus mortal?
¿Enfrentándonos al mismo y abriendo
nuestro corazón al amor inclusivo?
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